No creéis que la vida es más de lo que vemos a simple vista.
Yo siempre he sido una persona muy sencilla y cuadriculada; un tipo de lo más
normal viviendo una vida tranquila. Veréis por la mañana me levantaba a las
siete, seguía la misma rutina diaria; lavarme la cara, tomar café, vestirme y
salir a trabajar, pero todo cambió cuando llegó la restructuración y con ella
una simple notificación. Como era posible que ahora me viera en la calle con
una caja de cartón en los brazos que contenía una taza de café y un pisapapeles
que me habían regalado los compañeros de la empresa; a esto se reducían los
diez años en los que me había deslomado por ser eficiente para mis jefes.
La vida se volvió más monótona todavía, ahora pasaba el
tiempo mirando la pantalla del ordenador en busca de un empleo que se adaptase
a mis características; aunque al poco me di cuenta de que era yo el que no
encajaba en ninguno.
Cada vez más apático, vi como las semanas se iban perdiendo
tras las hojas del calendario que iba arrancando diariamente y con ellas mis
pocos ahorros del banco tambien iban desapareciendo.
Aquella mañana abrí la nevera y en su interior solo había un
paquete de mantequilla gastado, me lo quedé mirando cuando la luz del interior
del frigorífico se apagó de repente. Pensé que quizas se había averiado, pero
no era así; me habían cortado la luz. Esto no podía continuar así, pero
francamente no me veia con ánimo de solucionar nada, más la solución me cayó
del cielo cuando mi ordenador portatil sonó mostrándome que tenía una
notificación procedente de una agencia de colocación.
Me duché y me vestí a toda prisa, pues me citaban en las
oficinas de dicha agencia.
No conocía esta parte de la ciudad y estaba muy alejada de
donde yo vivía. Me costó mucho dar con el lugar y al llegar me di cuenta de que
la agencia ocupaba todo un edificio; era un sitio extraño, para empezar durante
más de una hora en la que deambulé por aquel barrio no había visto ni un alma y
el edificio a simple vista parecia completamente abandonado; pero yo necesitaba
un trabajo, fuese el que fuese.
Una vez dentro lo primero que me encontré fue con un
mostrador y sentado tras él, una mujer me miraba por encima de la montura de
sus gafas en forma de ojos de gato. Sin mediar palabra levantó un brazo y
señaló hacia una puerta; despues bajo la cabeza y se puso a escribir en un
cuaderno.
Fui hacia donde me indicó y pique con los nudillos varias
veces mientras tímidamente preguntaba ―¿Se puede…?
― Adelante
―respondió una voz.
Entré en una habitación sin ventanas, era muy oscura y extremadamente
pequeña; no había nada en ella a excepción de un pequeño hombrecillo de piel grisácea
que estaba sentado en una silla. Tecleaba sin parar en una vieja máquina de
escribir, mientras balanceaba sus diminutas piernas que no le llegaban al suelo.
Carraspee varias veces, pero no me prestaba atención, hasta que ya no pude más
y saliendo por un instante de mi estado actual de pasividad alcé la voz para
que me hiciera caso.
―Disculpe,
pero ¿me ha enviado usted un mensaje a mi correo electrónico, para que viniese
por una oferta de empleo?
Un fuerte ruido se escuchó en ese instante al desplazar por
completo el hombre el carro de la máquina de escribir. Estiró del papel y me lo
tendió sin mirarme, despues introdujo una nueva hoja en la máquina y continuó
escribiendo.
Miré el papel que me había dado, en él había escrita una dirección
junto a una fecha y una hora.
Estaba tan sorprendido por la situación que estaba viviendo
que me fui de allí sin preguntar nada.
Regresé a mi casa y dejé el papel que me habían dado sobre la
mesa del comedor; había decidido pasar de todo aquel asunto, pues todo aquello me parecía de lo más
extraño. Revisé una vez más el portatil con la poca batería que me quedaba,
pero nadie más me hizo ninguna oferta; sin luz, ni nada que comer al final me
replanteé lo de aquel empleo.
Recordé que aquel maldito papel seguía donde lo había dejado.
Miré de nuevo lo que había en él escrito.
Calle Mortuus, 66-6. 31 de octubre a
las 00:00 am.
Llegué muy nervioso, pero sin retraso a la dirección indicada;
no sabía lo que me iba a encontrar o que tipo de trabajo era el que tenía que
realizar. En el número 66-6 de la calle
Mortuus había una inmensa puerta de metal y una verja franqueada por unos árboles
alargados qué, aunque no sabía de qué tipo eran me resultaban conocidos. Esperé
unos minutos a que apareciese alguien que me diese instrucciones sobre la tarea
que me había sido asignada, mas no vino nadie.
Estaba comenzando a impacientarme y comencé a caminar
nervioso frente a la puerta hasta que tropecé con una caja que francamente no
había visto.
La miré y me di cuenta de que en la tapa había mi nombre
escrito en rotulador. Me agaché para abrirla;
quizas en ella hubiese instrucciones para mí; dentro había una llave, una
linterna y un plano con un itinerario de lo que parecían calles.
Me acerqué hasta la puerta para examinar la cerradura antes
de mirar la llave con detenimiento e introducirla en ella. El pestillo hizo
clic y la puerta sin necesidad de que la empujase se abrió lentamente por sí
misma para dejarme ver un camino un poco empinado bordeado también por aquellos
alargados árboles.
Comencé a subir por la cuesta, mientras miraba las sombras de
aquellos arboles moverse a cada paso iluminadas por la luna. Entonces en aquel momento casi a punto de
llegar a la cima recordé el nombre de aquellos arboles y donde los había visto;
los cipreses estaban por todas partes en el cementerio que tenía ante mí.
Otra persona quizas hubiese salido corriendo en aquel
momento, pues entendí que mi trabajo consistía en guardar el cementerio y
quizas aquel misterio por parte de la agencia se debía a que recordaba haber
visto hoy al arrancar la página del calendario que el treinta y uno de octubre
era el dia de los difuntos o como celebraban en otros paises Halloween.
Más yo era un hombre muy pasivo que solo creía en lo que veia;
no me asustaba fácilmente y como necesitaba el trabajo decidí comenzar lo que
sería mi primera ronda.
Encendí la linterna y abrí el plano para seguir el itinerario
marcado. Llevaba casi una hora caminando entre tumbas y aparte del ambiente que
estaba un poco gélido acausa de un poco de viento que soplaba; todo estaba
tranquilo. Lo único fuera de lo común lo producía ese mismo viento al introducirse
en el interior de algunos nichos vacíos; sonaba con un silbido estremecedor,
que si no hubiese pasado de todo me habría atemorizado.
Continué la patrulla, hasta que oí un ruido muy fuerte fuera
de lo común. Sonaba como si hubiese caido una gran losa de piedra al suelo;
quizas fuesen ladrones de sepulturas. Corrí para ver de qué se trataba antes de
llegar a una pequeña explanada llena de tumbas.
Por primera vez sentí un miedo paralizante y aquel temor me
hizo fijarme con más claridad en todos los detalles.
Había dos extrañas criaturas de ojos negros, eran extremadamente
delgadas y huesudas; se les marcaban las costillas y la columna vertebral. Su
piel era de un mortecino alabastro y estaban casi desnudos; solo les cubrían las
partes indispensables unos hediondos y ennegrecidos harapos.
Aterrorizado y sin poder dejar de mirar lo que estaba sucediendo;
observé que aquellos seres en cuclillas sobre una fosa abierta estaban royendo los
huesos de un cadáver junto una enorme lápida que yacía sobre la fría tierra.
Al ver aquel horror reaccioné; tragué saliva, apagué la
linterna para que no me detectasen y reculé unos pasos hacia atras. La mala
fortuna hizo que, pisase una rama y el sonido de esta al crujir alertó a los
dos seres de mi presencia.
Se giraron bruscamente y me miraron de arriba abajo; al verme
uno de ellos comenzó a relamerse ávidamente, mientras que al otro le caían
chorreones de saliva de la comisura de los labios. Estaba claro que me examinaban
como un pedazo de carne que llevarse a la boca.
Mi instinto de supervivencia se puso en marcha en aquel
momento y girando sobre mis talones eché a correr a toda velocidad. Realmente temía
por mi vida, ya que por la expresión de aquellos dos seres, pretendían darse un
banquete con mi persona.
Corrí a lo loco entre las calles del cementerio configuradas por
las hileras de paredes donde se ubicaban los nichos y al cabo de un tiempo casi
sin aliento tube que detenerme apoyándome en una de ellas para descansar; fue
cuando me di cuenta de que me había perdido, pero… suspiré aliviado al recordar
que aún tenía el plano del cementerio en la mano. Lo miré y comprobé que estaba
a pocos metros de la salida; era hora de correr de nuevo.
En aquel momento oi un grito espeluznante sobre mi cabeza,
miré hacia arriba justo a tiempo de ver como una de las criaturas estaba encaramada
el lo alto de los nichos.
Todo pasó en una fracción de segundo, aquel ser monstruoso
saltó cayendo frente a mí. Podía notar su aliento fétido en mi cara,
seguramente fruto de la ingesta de cadáveres. Entonces alzó un brazo, para
asestarme el golpe mortal y pude ver que tenía unas afiladas garras que me descuartizarían
allí mismo; era mi fin, pero el azar hizo que del miedo que tenía apretase con
fuerza la linterna que se encendió en aquel preciso momento dando de lleno en
los ojos de la criatura. Este chilló de dolor y huyó de allí a toda velocidad;
yo hice lo mismo y en menos de un minuto había atravesado el lindel del
cementerio.
Mi carrera solo se detuvo al llegar a mi casa, entré en mi
vivienda atranqué puertas y ventanas; despues me metí debajo de la cama y no
salí hasta la mañana siguiente.
Habían pasado dos dias desde mi horrible experiencia, pero
aparte de ese suceso nada había cambiado. Me sentía un poco debil por no comer
en bastante tiempo y decidí pese a mi miedo que debía regresar a la agencia de
colocación para reclamarles una indemnización por lo sucedido; si es que me creían
o al menos me pagasen aquel día de trabajo.
Me vestí y cogí mis llaves; en aquel momento me di cuenta de
que aun tenía la de la puerta del cementerio; sería mejor que la devolviese.
Llegué al lugar donde supuestamente estaba la agencia, pero
para mi sorpresa el lugar del tétrico edificio solo había un solar vacio. Me
metí la mano en el bolsillo y extraje la llave del cementerio. «¿Ahora a quien se la devolvería?» pensé y me fui caminando lentamente mirando
al suelo.
―Disculpe.
Alcé la cabeza y vi a un hombre más o menos de mi edad que me
miraba inquisitivamente.
― Perdone
¿sabe usted si por aquí hay una agencia de colocación?
Miré la llave, extendí el brazo y abriendo la palma de la
mano se la ofrecí.
El hombre desconcertado la tomó de mi mano, yo di media
vuelta y me marché de allí dispuesto a olvidarme para siempre de aquel lugar.