Hacia un buen rato que había caído la noche y
bajo la cobija de mi cama estaba atenta al más mínimo ruido ¿Habría llegado ya
y no me había dado cuenta? ¡Crac, crac! ¿Qué era eso? Cerré con fuerza los ojos
y el corazón comenzó a palpitarme a toda velocidad. ¡Ya estaba aquí! Ese
sonido, seguro se trataba del tercer escalón; el que siempre me delataba cuando
me levantaba a hurtadillas a comerme las galletas que con tanto amor nos preparaba
la yaya cuando venía de visita. Espere lo que me pareció una eternidad y abrí
los parpados lentamente. Estaba en tensión y apretaba los dientes hasta el
punto de dolerme la mandíbula. Sé que me habían dicho que no debía moverme de
la cama pues todas mis ilusiones se
convertirían en frías piedras, mas la curiosidad en mi era algo innato y no
podía más.
Muy despacio comencé a levantar el edredón y a deslizar una
pierna fuera de mi lecho. No estoy
haciendo nada malo me decía a mi misma mientras dejaba que el pie cayese
hasta tocar el suelo; solo echare una
miradita y el otro pie ya se estaba deslizando en el interior de la
zapatilla. Me incorpore, camine hasta la puerta y conteniendo el aliento giré el pomo. Al salir
al pasillo comencé a temblar fruto de la emoción o quizás sería la corriente
aire que circulaba por allí, pero continúe caminando pues algo tiraba de mí.
Llegue a las escaleras y comencé el descenso. Al alcanzar al temible tercer escalón
crujió con un estruendo tal y como si una manada de elefantes hubiese pasado
por allí. Me detuve escuchando por si
había sido descubierta, casi esperando que se prendieran todas las luces de la
casa y me ganase una monumental bronca por estar levantada. Pero no sucedió
nada en absoluto. Decidí continuar bajando esta vez como decía Giselle mi
señorita de danza “ligera, ligera como una pluma”
Al llegar abajo me detuve pues vi el reflejo
de una luz proveniente del salón que incidía sobre el espejo del recibidor ¿Y
si estaba allí y me descubría? ¿Se enfadaría mucho al pillarme y metería todo
de nuevo en el saco? Me arriesgaría a que sucediera porque yo quería saber si él era real o tal y como
decía mi Tío Thomas solo se trataba de un producto meramente comercial; esas
eran palabras que no comprendía aunque fuesen lo que fuesen seguro estaban
equivocadas. En ocho años nunca me había defraudado y aunque tuviese mucho
trabajo no sé cómo pero todo lo que quería estaba ahí cuando me levantaba.
Apretando los puños para darme valor fui
directa hacia el umbral de la habitación en la que por fin se desvelarían todos
los misterios y al llegar me quede boquiabierta ¿Dónde estaba Santa Claus y que
hacia esa mujer colocando regalos bajo nuestro árbol? Cuando pude reaccionar me
di cuenta de que ella me miraba del mismo modo. Esa mujer me resultaba a la vez
extraña y familiar; pero era incapaz de ubicarla. Entonces ella alargo la mano,
como queriendo tocarme y yo sobresaltada di media vuelta corriendo escaleras
arriba. Al ir tan deprisa el camisón se arrebolo entre mis piernas y tropezando
caí de bruces en el pasillo conteniendo
el chillido que pugnaba por salir de mi garganta. Dolorida y magullada busque
la seguridad de mi cuarto metiéndome velozmente entre las sabanas. Temblaba, pero esta vez no de frio o de emoción sino de
puro miedo. Y así dándole vueltas a la
cabeza y sin acabar de entender que es lo que había visto me quede dormida.
Con un golpe sordo se abrió la puerta de mi
habitación y mis hermanos gemelos gritaron al unisonó – ¡Despiértate tonta! es
que no quieres ver que te ha traído Papa a Noel. Espabila que ya es Navidad.
Me senté en la cama casi perpleja y
recordando partes de lo sucedido la noche anterior decidí que todo había sido
un sueño.
Al llegar al salón mi familia al completo
allí reunida reía formando una algarabía de sonidos y papeles de regalo que
volaban por todas partes. Mi madre en medio de todo me conminaba a mirar mis
regalos. Abrí los brazos y sonriendo la abrace. Tras eso me lance a rebuscar
entre los paquetes para dar con los míos y entonces lo vi. Al pie del árbol
situado a escasos centímetros había la pequeña figurita de un bello Ángel de
metal del que pendía un cascabel. Lo alce con mis diminutas manos y se lo
mostré a mis padres que se miraban extrañados pues claramente no sabían de
donde había salido, mas al ver que a mí me gustaba mucho decidieron que me lo
quedara.
Habían pasado veinticinco Navidades desde
aquel día y ahora era yo la mama orgullosa que en vísperas de Navidad andaba
toda atareada por la casa. La Noche buena había sido un éxito y nos habíamos
reunido toda la familia en la gran casona; era genial poder vivir en ella
aunque he de reconocer que me supo mal cuando mis padres me la dieron... Pero fueron
los dos los que decidieron irse a vivir a la costa rodeados de sol y “nuevos
jovencitos” Modo en el que denominaban a la gente de la tercera edad que al
igual que ellos se habían mudado al sur buscando climas más apacibles. Y de esa
manera acabo la casa en mis manos.
Me senté en el sofá y pensé que quizás hoy sería
el día y no sabía si estaría preparada. El año pasado por estas fechas me
sucedió una cosa que me izo recordar algo del pasado. Entre los regalos bajo el
árbol un pequeño paquetito que venía de parte se Santa marido Claus tenía una
tarjeta con mi nombre. Al desenvolverlo y ver su contenido me hizo recordar lo
que me sucedió cuando tenía unos ocho años. Subí hasta mi cuarto apretando el
regalo contra mi pecho. Abrí el armario y saque una cajita que no abría desde hacía
muchos años; eran mis tesoros de la infancia y ni siquiera mi marido los había
visto. Cogí un objeto que en ella se hallaba guardado con la mano que me
quedaba libre y también lo apreté con firmeza. Cerré por un instante los ojos
mientras murmuraba – No puede ser… - Al abrirlos, abrí también las dos manos a
la vez y allí sobre mis palmas reposaban las figuras de dos ángeles de metal de
los que pendía un cascabel y eran exactamente iguales.
Por eso aquí sentada empecé a divagar lo que
podría suceder esta noche mientras contemplaba los dos angelitos antes de
meterlos en el bolsillo de mi pantalón. Me incorporé atenta al silencio
nocturno que me indicaba que todos dormían; ya era hora de colocar los regalos
bajo el árbol. Cogí uno entre las manos y cuando lo estaba depositando en su
lugar correcto vi de reojo una pequeña figura que me miraba desde el dintel de
la puerta y asombrada alargue el brazo para intentar tocarla; era una niña
pequeña. Ella dio la vuelta y echo a
correr dejándome allí plantada sin poder articular palabra. Cuando conseguí
moverme subí las escaleras a toda prisa, pero ella había desaparecido.
A la mañana siguiente mi hija menor me pidió
que le dejara ver mis dos angelitos pues le gustaban mucho. Recordé que los
había metido en el pantalón que llevaba la noche anterior y fui a buscarlos mas
allí solo había uno. Por más que busque y busque por toda la casa no di con el
otro. Mi hijita se entristeció al saber que se había perdió, pero yo le dije
con una sonrisa que quizás en este
momento, pero en otro tiempo una niñita como ella lo abría encontrado y sería
muy pero que muy feliz.
* Fin. *
Precioso!!
ResponderEliminarGracias André Vallón me alegro que te haya gustado...
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