Sus pies descalzos se hundían en la nieve mientras aun
se mantenía en pie contemplando aquel banco de madera. Casi no percibía ya la lucha entre el frio y el poco calor que manaba de sus ya
casi gélidas plantas. Un helor que de
igual modo iba ganando terreno haciendo presa en su cansada alma.
La poca gente que por el parque pasaba se detenían escasos
segundos a contemplar aquel ser inexpresivo, que se hallaba perdido en un mar de confusión y era arrastrado por recuerdos
que evocaban un millar de lugares en los
que antaño la luz brillara.
Ya no le importaba nada, en su faz reflejaba desidia
y apatía; y se dejo caer sobre el banco. Estaba cansado y dispuesto a dejarse ir
cuando recordó que lo había traído a aquel lugar. Un pequeño atisbo de sonrisa afloro
a sus labios al descubrir que aun seguían allí grabadas en la madera las
iniciales de dos enamorados. Levantó la mano recorriéndolas con el dedo tal y
como había hecho mil veces.
Una lagrima surco rauda su mejilla y se perdió entre
los copos de nieve al igual que su tristeza cuando aquella voz tan familiar le
llamo apremiante a través del viento instándole a reunirse con ella. Al incorporarse
e iniciar el camino descubrió que a cada paso al igual que su espíritu la nieve
se derretía asomando el verdor de la fresca hierba de primavera.
Y le dio la mano antes de cruzar el umbral hacia la felicidad que le aguardaba. Mas no pudo evitar una última mirada atrás y contemplar al hombre que yacía inerte sobre la tosca madera mientras debajo de él casi enterrados aun se veían las puntas de unos raídos zapatos.
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