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viernes, 10 de julio de 2020

SI PUDIESE SENTIR LA FRESCA BRISA EN VERANO


Si pudiese sentir la fresca brisa, sería inmensamente feliz. A lo lejos el suave trinar de las aves me trae recuerdos de una canción que se cantaba en las fiestas de mi pueblo; el calor a mediados de julio es asfixiante.

Por aquella época Mery, Stuart y yo éramos los reyes del mundo, corríamos como locos por las calles haciendo gala de la frescura de nuestros años; nos sentíamos invencibles. Ni por un momento pensábamos en la certeza de lo inevitable que nos llega a todos; en ese pensamiento que con la comprensión de la madurez se instala en nuestra cabeza para no dejarnos ir.

La vida transcurría feliz para nosotros, éramos inseparables o eso pensábamos. Mas circunstancias ajenas a nuestro mundo idílico, rompieron esa paz y armonía. Stuart tan alegre y vivaz una tarde que solo puedo recordar como si viese en una vieja película de super ocho sin sonido; donde nos saludaba mientras se alejaba por el sendero del bosque en dirección a lo que él llamaba “su gran aventura de pesca en solitario”; las frías y turbulentas aguas del río se lo llevaron consigo.

Poco tiempo después Mary se despediría de mí, frente a la fría losa de mármol que adornaba la última morada de nuestro mejor amigo.

Pasaron muchos años y cuando regresé mi aspecto no era ya el de un niño; no caminaba con la ligereza de antaño mientras recorría los lugares de mi pueblo antes lleno de vida y ahora casi vacío. Mis pasos sin pensarlo me llevaron hasta el camposanto y caminé entre las tumbas leyendo las inscripciones de personas cuyos nombres o apellidos me resultaban conocidos. Sabía que no tardaría en encontrar la suya y así fue; me paré frente a ella y extendí la mano para recorrer su nombre grabado en la fría piedra. Sentí un punzante dolor, pues durante años había encerrado ese sentimiento de pérdida en lo más profundo de mi corazón. Mi amigo con sus dieciséis primaveras no volvería a reír nunca más con mis malas ocurrencias y lloré como no lo había hecho nunca; ni siquiera en el momento en el que tuve que decirle adiós definitivamente.

Y así estaba completamente desolado, con esa sensación de que el mundo era un lugar en el que ya no tenía cabida la alegría, cuando noté una mano sobre mi hombro; la miré y reconocí de inmediato aquellos dedos largos y delgados. Me agarré a ellos, como si de un salvavidas se tratase y de mi boca salió su nombre casi sin pensar; Mary…

Un lustro parece poco tiempo, pero nuestro pequeño Stuart hoy cumple cinco años y aquí estoy embutido en el traje de osito de peluche que mi mujer ha alquilado en pleno verano. Aveces pienso que la vida es muy compleja para afrontarla con sus más y sus menos; pero en otros momentos observo a mi mujer dándole de cenar, bañando o acostando al niño y me doy cuenta de que la felicidad está precisamente en la sencillez de lo cotidiano.

Cada instante de nuestra vida es único e irrepetible y hay que vivirlo disfrutándolo al máximo para luego no sufrir arrepentimientos.

Creo que esto será lo más importante que pueda transmitirle a mi hijo y quien sabe si él al suyo. ¡Feliz Cumpleaños! Stuart.